jueves, 13 de noviembre de 2014

Quién sabe si algún día...

El pasado nunca se puede dejar a un lado: son momentos tiernos en los que no éramos más que inocentes, creíamos en todo lo que nos contaban; luego llegaron los problemas y las turbulencias: pérdidas, distancias, reencuentros... y ahora, es como si tuviera el mundo a mis pies al estar en la cima de una montaña, sintiendo el frío correr por mi interior, levantando las manos  y lanzando un grito interminable, sonoro. Pudimos ser gigantes, un soplo de aire fresco, una pizca de dulce en algo amargo... pero nos quedamos en algo insuperable: fuimos necios y no asumimos todos los errores que cometimos. Siguen ahí, como huellas en una reliquia de un muerto.


     No es mi culpa si no soy perfecto y soy alguien que tiene un martes trece siempre apuntado en el calendario, o una nube oscura encima de mí. El destino decide todo: quién gana, quién pierde, quién muere, quién vive, quién sufre, quién ríe... somos títeres en una obra de la que no tenemos entrada para ver la función. Es difícil dejar todo a un lado; no podré saltar a la piscina por miedo a ahogarme, o subir a lo alto de un acantilado por miedo a caerme, quizás no sea yo quien vaya siempre con gente por la calle, riendo y siendo el más normal. A lo mejor, sea el que va acompañado pero se sumerge en mundos diferentes, piensa en aquello que deseaba y en los errores que ha cometido en su vida; será que habrá que darle una victoria ya que de nuevo nos sentimos vacíos y solos.

          Pero quién sabe si algún día, un rayo de sol alumbrará tu tez y te hará brillar. Nadie sabe si todo podría llegar a cambiar, si algunos detalles pueden cambiar completamente la diferencia... o, si por el contrario, lo nuestro nunca debería de haber pasado y tendríamos que haber tomado caminos y futuros diferentes. El uno sin el otro para siempre, renunciándonos.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Y... ¿qué fue de ti?

Se acabó. No puedo más; no es el momento adecuado para continuar. No ha salido como esperábamos, ¿no? Todo se ha derrumbado, nuestro castillo en el aire ha desaparecido entre las nubes, y ya no hay espacio libre en el que se le pueda reconocer con facilidad. Todo se perdió, se acabó. No es que fuese de culpa de alguien, fue más bien la chispa, la cual se apagó con un soplo; en realidad, no es tan fuerte como nuestro chocar de manos mientras caminamos, o el sonido de nuestros besos.

Hace tiempo que el reloj no se paraba, que las risas no callaban, que no entraba tanta luz. Hace tiempo que creía que no podía ser. Pero fue: el reloj paró a medianoche, cual Cenicienta perdiendo su zapato; las risas callaron y las lágrimas sustituyeron tardes en paisajes bonitos junto a ti; cerré la ventana porque no podía ver a través de ella, todo me recordaba a ti, cada cosa era algo de ti —siendo algo un sentimiento o una parte de ti—.

Estaba ciego, perdí emociones que no recuperé, tiempo que desprecié, gente a la que apreciaba... todo por ti. Pero aunque sientes que tiemblo del miedo de aquello pasado, prometo que he pasado una página de mi vida y que ya eres pasado, aunque a veces evoque tu recuerdo y te añore, aunque aún siga una pequeña espina ahí clavada, incapaz de deshacerse de ella. ¿Dónde se quedó el fueron felices y comieron perdices?

Y, sobretodo... ¿qué fue de ti?

sábado, 16 de agosto de 2014

Metamorfosis.

Ya no era aquel crío que solía creer en los Reyes Magos, en el Ratoncito Pérez y en los demás; era frío, no mostraba casi nunca ningún tipo de sentimiento hacia nadie y por eso, suelo arrepentirme. A veces, me repito que debería de haber pensado en lo que podría haber pasado en vez de haber actuado, porque uno suele arrepentirse tarde o temprano.

      Y así fue. Fuera como fuese, recibí una mala recompensa, un premio que a nadie le gustaría que le tocara; tal vez el karma quisiera que pasara por haber sido malo y no haber aprovechado una despedida. Desde ahora sé que todas las despedidas pueden ser las últimas, o que un saludo puede llegar a no repetirse.  Supongo que ahí fue cuando acabó mi primer libro, donde puse punto y final y pasé a una página en blanco que no tenía nada escrito, sino que debía de ser yo quien lo hiciera.

miércoles, 16 de julio de 2014

Misión cumplida.

Ya olvidé los pasos fundamentales para olvidar a alguien: ¿cómo puede ser tan fácil para algunas personas y, para otras, ser algo tan complicado que aunque pase el tiempo, se siguen acordando de él? No pensaba en olvidar a gente importante hasta que sucedía algo que me hiciera cambiar de opinión: una pelea, un sentimiento de odio, una larga distancia, una única vez que nos vemos... suelo creer que no, que no puede ser posible por tan solo esas simples consecuencias; pero ahora, que reflexiono, pienso y recuerdo todos los momentos, sí sé que todo puede cambiar y hacernos olvidar a alguien, por mucho que no queramos.

      No pensar en la persona, tampoco en lo que podríais haber sido y hecho, sería una principal ayuda para olvidar; pero... ¿por qué siempre tiene que ser de la manera tan tópica, simple e infantil? Dejar pasar el tiempo y olvidar tampoco funciona demasiado; es más, aunque no visites sus perfiles o veas sus fotos o conversaciones, aún así, un hueco de tu memoria seguirá recordándolo. No sé cómo puede ser tan difícil olvidar; resulta agotador, algo inquietante

      ¿Por qué no una noche de fiesta, con amigos, con tonterías y cosas de mayores como medicamento? ¿Por qué seguir aguantando las noches de insomnio y lágrimas? No, quiero cambiar, lo necesito. Es mejor lanzarse a la aventura que ir de poco en poco por un callejón que, al final del todo, no tiene salida. Mejor tentarse que dejar de intentar, ¿no? Pues, a todas aquellas personas que pasaron para mal en mi vida, tan solo puedo deciros una última palabra: adiós, que os vaya bien la vida. Y a mí, tal vez, me pueda tatuar en mi memoria algo: misión cumplida.

martes, 8 de julio de 2014

Mejor caerse que tropezarse.

No lo sabrías hasta que te lo dijera yo, pero es necesario hacerlo: desde aquel momento, lo hayas aceptado o no, ya no eres el mismo que sonreía con cada tontería —una burla, una estupidez, una metedura de pata—, que lloraba cuando leía algo triste, algo que podría pasar pero no a ti, algo que no se merece nadie por muy malo que sea; ya no tienes ese niño ahí dentro, aquél que se emocionaba cuando íbamos a ver una película de Disney, o una serie infantil, aquél que actuaba como uno: gritabas a alguien por la calle, éste se giraba y tú corrías como si no hubiese un mañana, intercalando carcajadas que ya no escucho de ti, que desaparecieron pronto.

      Peter Pan ya no te acepta, ya no te llevaría a Nunca Jamás por más que quisieras, y todo por su culpa. Iba todo en buen camino, todo eran besos, risas, ñoñerías que todas parejas se mandan... hasta que el tren en el que viajabais descarriló, convirtiendo la alegría en pena y la amistad en odio. Todo cambió, ya no era igual: de un «¡buenos días, cariño!» pasó a un «no sé cómo podía decirte eso... te odio». El «siempre» que prometiste desapareció, se rompió en mil pedazos y sus restos volaron hasta llegar al mar, donde todo se mezcló y se perdió, como si nunca hubiese existido.

      Tras los gritos, las lágrimas, los cortes y, de nuevo, la lectura de todos los mensajes, todo cambió. Hiciste lo que tenías que hacer, hiciste lo correcto: sonreíste, levantaste la cabeza, fuiste al espejo y te dijiste que ya pasó, que ya no iba a pasar más. Quizás tuvieras razón, no sería la persona correcta o, quizás, el destino, con su sonrisa maléfica, os hubiese manejado como peones, como si de el juego del ajedrez se tratase, y hubiese decidido que no os merecíais, que todo tenía que cambiar, que recapacitarais.

      Ahora ya lo sabes, has cambiado y deberías de seguir ese camino: fue aquella persona tan estratega, con su ceño fruncido y sus ojos entreabiertos en todo momento, la que te intimidaba y la que consiguió dejarte huella, que era lo que ella quería. Sabes que, aunque ya no tengas ese niño dentro correteando por tu alma, está tu subconsciente que te ayudará y te hará pensar en lo correcto. Mejor haberse caído que haber tropezado y no haber tocado el suelo, porque así, es como te he podido ayudar, amigo.

sábado, 5 de julio de 2014

La vida cambia.

Ver una luz blanca al final de un túnel y retroceder o cambiar de dirección nunca será posible, es decir algo a un sordo, o enseñar a un ciego una imagen: imposible, no puede ser posible. Tu cabellera revuelta, tus ojos cristalinos, al borde de las lágrimas y tus estupideces con las que tanto río ya no volverán, habrá que evocarlas día tras día, hasta que algo cambie, hasta que notes que ya no eres como antes.

La vida cambia, a veces a mejor, otras a peor.

En un abrir y cerrar de ojos, alguien aparece con intención de dejar algo dentro de ti, huella, recuerdo. No todo puede ser eterno, aunque lo desees, aunque ruegues a Dios, cambiará. Los deseos son efímeros, una vez quieres algo y otra, algo diferente: eso no puede pasar, piensa, reflexiona, acércate a algo y sopla mientras deseas, o mira aquello por lo que has negociado para conseguirlo.

La vida cambia, a veces a mejor, otras a peor.

Cuando menos lo esperes, será tu deseo el que se haga realidad: aparecerá y, con él, podrás ver las cosas de todas las maneras que no creías. Encontrarás aquella foto que enmarcaste tras destrozar completamente, entre lágrimas y gritos; sabrás que no todo es mentira, que hasta una simple sonrisa puede ser sincera; que ahora mismo, pienses lo que pienses, será una locura de las grandes, de aquellas que harías una vez por interés; que no todo tiene por qué ser igual, cada uno tiene sus propios gustos, como tú, que yo odiaba tu serie favorita y te enfadabas, dándote así, obligatoriamente, besos para conseguir el perdón. Cosas que recobran sentido tras su aparición, haciéndote ver todo, hasta a ti en el espejo, de una manera a la que lo hacías antes.

La vida cambia, a veces a mejor, otras a peor.

La vida cambia cuando aparece algo que te marca, a veces a mejor, otras a peor. No vuelvas la mirada hacia atrás, corre, huye; no evoques su recuerdo, la luz se la tragó en aquel frío accidente de madrugada. Te da otra oportunidad, aprovéchala, abre un nuevo libro y empieza a escribir sutilmente cada párrafo de tu vida. Cada equivocación cuenta, sean lágrimas, o dolor, o, finalmente, el peor destino: la muerte. Y es que, no tiene por qué ser todo bueno: la princesa ser feliz y casarse, el niño que llora que consiga aquello por lo que sufría, que en una batalla no ganen siempre los buenos... Una cosa clara hay en esta vida, en el libro de cada gente: los finales son aleatorios, no tienen por qué ser buenos si lo deseas, porque la vida cambia, y, con ella, todo puede torcerse y volverse a peor.

La vida cambia, a veces a mejor, otras a peor.

viernes, 4 de julio de 2014

Mensaje a la deriva.

Mentiría si no dijera que eras importante, que no derramé lágrimas por ti, sonreí y reí a carcajadas leyendo tus bromas, o que me mordía el labio cada vez que algo bonito surgía de ti y me lo escribías, haciéndome sentir cada vez más. Un libro en su final decía que se sentían infinitos y yo, en esos instantes, cuando veía que me escribías o me contestabas, también creía sentirme así. Era imposible no dejar de pensar en ti, es más, si no lo hacía, era como si me hubiesen puesto un castigo, algo que me prohibieron aunque, de una manera u otra, quisiera seguir haciéndolo.

      Sí, era bonito mientras duró, mientras aunque pudiera parecer extraño, estábamos enamorados. Estábamos. A veces me cuesta tanto volver a pensar lo que podría haber sido y no fue, el pasado que habíamos tenido y el futuro que tendríamos. Pero esto ya no puede ser posible, aunque yo quiera, aunque tú lo desees. Cada uno se fue por una dirección: yo por la izquierda, tú por la derecha; será difícil volver a vernos. Conforme pase el tiempo y sigamos caminando en línea recta, donde no llegaremos a mucho, giraremos y, aunque no lo creas, nos encontraremos. No será fácil sonreírte, ya no; ni hablarte. Si no decimos nada será lo mejor, cada uno que continúe su camino.

      Lo hecho, hecho está. Ahora, cierra el libro e inicia un camino hacia otro nuevo destino, será lo mejor. No vuelvas a evocarme aunque lo desees, no me llames, no me escribas... si lo haces, yo pasaré de ti, al igual que hice hace tiempo con la página que me quedé atascado durante mucho tiempo, siempre en el mismo momento, en la misma línea.

viernes, 23 de mayo de 2014

Títere.

Manejabas siempre mis cuerdas, me ordenabas que me callase o que me acercara hacia ti. Caí en el pozo del olvido, mascullando palabras sin sentido. Las cuerdas se rompieron, las luces se apagaron y el telón se cerró desde aquel momento.
 

    Un simple títere no puede moverse, pero confiando en mí, lo hice; salí del pozo y mis cuerdas volvieron a unirse. Me sentí bien, e intentando buscar una dirección para vengarme de ti, la función comenzó.

jueves, 22 de mayo de 2014

Nunca más.

Es imposible decir que no reconoces su rostro, que has olvidado cómo es... eso no se olvida de un día para otro, es imposible. Aunque digas que no, en algún momento evocas su rostro. Aquel rostro blanquecino, con la nariz recta y los labios finos; con los ojos oscuros y hermosos, con el pelo largo y liso, como la textura de una hoja, y ese hermoso lunar cerca del labio que le hacía el rostro mucho más mágico, más bello.

Es difícil pensar que no podrás mirarle de nuevo a esos ojos tan penetrantes, sólo en sueños, no en la realidad. No te salen palabras ni para describirle ni para decir su nombre, letra a lera, con el tono suave.


Nunca podrás dejar de evocarle, lo plasmarás en papel y en tu mente, pensando que volveréis a veros. Y sigue, nunca pares, porque nunca lo volverás a ver, aunque quieras, aunque lo desees.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Despedida.

Las lágrimas caían sobre el ceniciento suelo: ya era tarde para volver atrás, para vernos de nuevo. Todo había pasado tan rápido que ni me dio tiempo a soltarte aquellas palabras bonitas, sólo para los valientes, para aquellos tan atrevidos y sin pelos en la lengua.

    Yo no era de ésos, no me atrevía a decirte te quiero ni siquiera en tu propia lengua; no tenía valor suficiente. Sólo quedan simples recuerdos: aquellas veces que te miré y no te diste cuenta, cuando te introducías en las conversaciones y me hacías soltar carcajadas, suspirando; y, sobretodo, nuestra fría despedida: todo estaba oculto para ti, ni siquiera te diste cuenta cuando nos estrechamos velozmente las manos.               
     

    Si miro de nuevo al cristal, lloraré y gritaré muy arrepentido, triste. No tuve el valor suficiente, y si lo tuve, no lo supe apreciar. Quizás volvamos a vernos algún día, quizás; pero el destino decide, no yo. Si por mí fuese, volvería a mirarte y sonreírte, diciéndote lo que no sabes; pero eso no va a pasar, nunca pasará.