¡Hola, gente! ¿Qué tal? Espero que bien pese a que los exámenes estén agobiándonos, matándonos; pero, aun así, os traigo un pequeño regalo para amenizarlos y, sobre todo, para agradecer que os hayáis pasado por aquí.
Os hablé de este proyecto en la anterior entrada y ahora toca hablar de nuevo sobre él, pero con un trastorno y otro personaje diferente... espero que os guste.
Por ahora me despido hasta otra entrada... pronto sabréis más del proyecto que, si veo que tiene mucha acogida, iré desvelando algún que otro detalle, como dije en la anterior entrada. Nada más, ¡hasta pronto! Y no os olvidéis de dejar un comentario opinando y, sobre todo, dad a conocerlo si os ha gustado un montón. ¡Nos vemos!
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Me acurruco, agarrándome las rodillas
con las manos para así poder tapar mi cara y gritar; ¿por qué me pongo así
cuando es en realidad algo que se puede aclarar fácilmente, en vez de hacer lo
que hago, de estar aquí parada? No ha sido Will quien ha tenido la culpa; he
sido yo, por echarlo, por decirle lo que pienso, por besarlo. Si alguien
estuviera en mi lugar me entendería; sin embargo, si alguien me viera en estos
momentos podría pensar que soy estúpida, una inmadura y que tengo mal perder,
como si fuera una inocente niña pequeña.
Quizá sea así, hasta yo misma podría pensarlo, podría estar insultándome
una y otra vez, espetándome «¡zorra anoréxica!», «muérete»; pero con eso no
conseguiría nada, sería un completo sinsentido. No voy a ser débil, ya no; voy
a dejar atrás ese castillo de naipes que, con un único soplido, se derriba. Ya
no voy a dejar ver esa mueca triste, la que me caracteriza, porque, si algo sé,
es que estar triste no sirve para nada, únicamente nos hace sentir peor, hace
daño, perjudica… en definitiva, nos rompe en uno y dos y tres y cuatro e
infinitos pedazos imposibles de encajar de nuevo.
De repente me doy cuenta que, aunque tenga los ojos brillantes y no
pueda casi abrirlos, no cae ninguna lágrima más. ¿Significa eso que me da igual
lo que suceda, que no voy a dejarme herir por nadie y no voy a volver a ser la
débil y temerosa Delia? No lo sé; podría ser.
Meto la cabeza en el agua, tapándome la nariz, para apartar los
pensamientos que rondan mi mente. Después, tras enjabonarme y aclararme, salgo
con cuidado de la bañera y escucho cómo el agua
va cayendo por el desagüe.
Miro mi rostro en el espejo en una mirada fugaz: el flequillo está
mojado y algunos tirabuzones rebeldes se forman en la parte trasera-baja del
cráneo; la cara, pálida, muestra unas ojeras visibles bajo mis ojos verdosos y
las pecas que me hacen parecer una niña asoman por las mejillas, más numerosas
que nunca y tapando algunos de los granos que, sin desearlo, aparecen. Hasta
una media sonrisa es perceptible, aunque puede parecer irónico, puesto que no
es habitual en mí hacerlo, es de verdad. La felicidad ha reaparecido, ha dejado
atrás —al menos, por el momento— aquellos malos momentos que odiaba, que
dolían.
Los huesos están pegados a mi piel: las piernas son igual de finas que
los brazos; los pechos aún están en desarrollo —quizá se queden así o me llevo
una sorpresa al ver que, algún día, cogen forma— y la mandíbula parece que si
giro la cabeza, se resquebrajará de lo delicada que parece.
Sé que debería comer más, aguantarlo y no devolverlo, pero es difícil
cambiar algo a lo que ya te has acostumbrado y has convivido mucho con ello.
Podría cambiar y empezar a comer algo, poco a poco, para así obtener una buena
silueta y no estar en los huesos —además de alcanzar uno de los sueños que me
encantaría conseguir: que me fotografíen, que pueda lucir buen cuerpo en una
pasarela— ; si algo he visto en el instituto, desde los años que llevo, e
incluso hasta cuando iba al colegio, es que: a) te insultan por estar muy
delgada y murmullan sobre tu aspecto o b) te humillan por estar gorda y
consiguen los que se proponen, que es romperte. Lo sé por experiencia pero,
lamentándolo por ellos, ya no voy a ser la que se rompe por los comentarios; no
voy a volver a caer porque ya me he acostumbrado a todos los baches del camino
y, si algo saco de positivo, es que todo lo malo que sucede es para cambiarte,
para ayudarte a mejorar, a crecer.
Sé que no
soy perfecta, puesto que soy una humana corriente y, aunque pongan etiquetas y
saquen lo peor de uno mismo por los comentarios, ya no lo harán conmigo; he
aprendido que, a cada daño hecho, no volvemos a ser igual, escribimos una nueva
línea.
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