Ya no era
aquel crío que solía creer en los Reyes Magos, en el Ratoncito Pérez y en los
demás; era frío, no mostraba casi nunca ningún tipo de sentimiento hacia nadie
y por eso, suelo arrepentirme. A veces, me repito que debería de haber pensado
en lo que podría haber pasado en vez de haber actuado, porque uno suele
arrepentirse tarde o temprano.
Y así
fue. Fuera como fuese, recibí una mala recompensa, un premio que a nadie le
gustaría que le tocara; tal vez el karma quisiera que pasara por haber sido
malo y no haber aprovechado una despedida. Desde ahora sé que todas las
despedidas pueden ser las últimas, o que un saludo puede llegar a no repetirse. Supongo
que ahí fue cuando acabó mi primer libro, donde puse punto y final y pasé a una
página en blanco que no tenía nada escrito, sino que debía de ser yo quien lo
hiciera.